La vida nos brinda continuamente oportunidades para acercarnos, para compartir, para compadecer unos con otros -no en el sentido de lastima o pena por el sufrimiento ajeno, sino en la acepción de conformarse o unirse con el otro, de sentir con el otro-, ocasiones que muchas veces desaprovechamos por no estar «atentos» a la vivencia, por estar más pendientes de uno mismo que de la realidad que nos rodea y de la que formamos parte indivisible aunque el comportamiento egocéntrico que nos maneja no quiera verlo. Es importante estar «conscientes», apreciar en toda su dimensión el momento que vivimos.
Hago esta anterior reflexión como entrada al asunto que me impulsa a escribir: acompañar en el tránsito. Tránsito entre nuestra vida humana y la eternidad. La muerte no es el final de la vida, es un acontecimiento que forma parte de la vida humana, y esta es un lapso de la existencia, pues continuamos existiendo tras la muerte.
Este tránsito entre la vida humana y otra forma de existencia, tan de actualidad en el momento que corre, he tenido la oportunidad de vivirlo en tiempo muy reciente acompañando a mi madre.
Como toda experiencia, esta se puede vivir de muy diversas maneras. Desde el pensar “vaya trago, no quisiera tener que pasar nunca por esto”, hasta interpretarlo como una gran oportunidad que la vida te pone para sentirnos «uno» con el que se va, momento de conciliación, de compasión, de comprensión, de ayuda y apoyo para ambos, sí, para ambos. De esta segunda forma he experimentado la muerte de mi madre, como una gran lección de vida.
Los meses anteriores a tu muerte pudimos hablar largos ratos, preciosos momentos para mí, en los que tú, desprendida de condicionantes sociales y familiares, te expresabas con la crudeza de la realidad que viviste. Hablabas de tus vivencias de niña y de la relación con la familia de origen, de tus vivencias con nuestra familia, con mis abuelos, padre, tíos… con la familia que tú creaste y tus experiencias en el seno de ella. Hablaste de tus hijos y nietos… Nos dio tiempo a hablar de todos, de revivir experiencias de diferente índole, unas percibidas como dolorosas y otras alegres. Momentos que hemos compartido que yo interpreté y sentí como una reconciliación entre todos, pues me hacían sentir en paz… y a ti también. En uno de los momentos en que parecías no ser consciente de la realidad, aunque yo creo que estabas en otro estado de conciencia más elevado, me dijiste: “Has estado mucho tiempo lejos… pero ahora has vuelto aquí, conmigo, para atenderme en lo que yo necesito”. Tu rostro era de calma y tranquilidad, nunca se me olvidará.
Vivimos muchos ratos en que tú, mamá, aparentemente «desconectada» de la realidad, hablabas de tus miedos, de tus apegos, de tus obligaciones aún en este mundo, de que tenías mucho que hacer. También hablamos de quienes te venían a ver, aunque solamente tú podías verlos, pero yo los sentía allí con nosotros.
Tuvimos tiempo de reconciliarnos juntos con la vida, dando por buenas y adecuadas todas las experiencias. Hablamos de tus tareas pendientes, de que aún te quedaba mucho por hacer aquí, y en mi nombre y en el de mis hermanos te dije que todo estaba cumplido, que habías hecho por nosotros todo lo que viniste a hacer. Que ya nos habías enseñado, y habíamos comprendido, la utilidad de lo vivido a tu lado. No quedaba nada pendiente. Te agradecimos tu papel en nuestras vidas y te liberamos de cualquier deuda que pudieras sentir hacia nosotros. Todo estaba en paz.
También compartimos tu miedo a marchar, tu temor a acompañar a aquellos que «vienen a buscarme», todos conocidos, entre los que estaba, según me decías, «Él, el que siempre está, el que me trajo y quiere que vuelva a Él». Y hablamos de que al otro lado te esperaba un gran banquete, donde todos ellos te recibirían con la alegría con la que un padre recibe a un hijo que regresa a casa tras un larguísimo viaje: nada de miedo, alegría.
Tuve la oportunidad de animarte a partir definitivamente, sin cargas y en paz, con el agradecimiento de quienes nos quedamos, dando tu misión por cumplida. Te fuiste cogida de mi mano, acompañada. Y tengo confianza en que también te fuiste libre.