«Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba»
Esta frase, atribuida al personaje de Hermes Trismegisto – del que no se tienen evidencias de su existencia física, aunque algunos lo datan como contemporáneo de Abraham (2000 a. de C.)-, trata de reflejar un principio de la filosofía hermética: la correspondencia entre los planos físico, mental y espiritual de la realidad, de manera que se aprecie el milagro de la Unidad, donde cualquier manifestación es parte del Todo y, a la vez, contiene el Todo.
Desde la más remota antigüedad el ser humano tomó conciencia de dos aspectos significativos de la realidad:
- la impredecibilidad de los acontecimientos que marcaban su vida.
- un marco en el espacio donde se repetían hechos de manera cíclica y predecible: los movimientos de los astros.
Y se comenzaron a asociar los acontecimientos vitales con los hechos astrológicos: un parto, nueve lunas, por ejemplo; atribuyendo así a la influencia de los astros, o a la de los dioses, la ocurrencia de hechos significativos en la vida, como una necesidad de prevenir los acontecimientos.
Jung ya observó la ocurrencia de acontecimientos que tenían una relación significativa, aunque no una relación causa-efecto, a los que llamó sincronicidades. También acuñó el término «arquetipo» como un estado energético psíquico que tiende a manifestarse de forma idéntica en la experiencia individual. Este era el poder dado en la antigüedad a los dioses.
A partir de esta comprensión, se empezó a entender la astrología con una percepción psicológica, como energías que tienden a manifestarse nuestra vida, sin existir una relación causa-efecto.
No podemos atribuir a esas energías arquetípicas el ser causantes de nuestra realidad, pues eso supondría proyectar en ellas la responsabilidad de mi vida, pero sí tomar conciencia de su existencia y su influencia. Y con ambas: conciencia y responsabilidad, actuar en consecuencia en nuestras vidas.
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