«Hoy se cuida el corazón, se da, se le tiene en los labios,
se habla con él en la mano; es duro o tierno;
se quiere o se aborrece con todo el corazón
o con una parte de él; se tiene o no se tiene,
lo cual es inexplicable».
Henri de Parville
(1838-1909)
No pretendemos establecer criterios ni definiciones con esta publicación, objetivo que excedería nuestras capacidades en este terreno, sino sembrar alguna inquietud que nos haga reflexionar sobre la mente, el alma, el cerebro y el corazón.
Javier Tirapu, neuropsicólogo clínico, expone que no existe la dicotomía cerebro-mente, pues la mente -los procesos mentales- es el resultado del trabajo del cerebro, al igual que la digestión es el resultado del trabajo del aparato digestivo. En una de sus conferencias una persona asistente le pregunta: «Si la mente está en el cerebro, ¿dónde está el alma?». Tras un instante, Javier responde: «El alma está en… el corazón».
Decían los latinos: el hombre es mente y corazón (mens et cor homo est). Ya Hipócrates pensaba que la mente es un producto humano y que solamente podía expresarse a través del cerebro. También Aristóteles definió la mente como un proceso, en términos de lo que hace y sus manifestaciones, más que como una esencia.
La mente humana es, en estos términos, una «función emergente del Sistema Nervioso, consciente de sí misma, autoprogramable, y con capacidad de decisión y propósito». (1)
Estas afirmaciones aparentan decir que, sin cerebro, sin actividad cerebral, no existe la mente.
Pero somos un constructo cuerpo-mente al que hemos de sumarle, como esencia previa y perdurable, el alma: la psiqué griega, el ánima latina, el principio activo en los seres vivientes, el soplo de aire (ánemos), el principio vital, el espíritu mismo que nos anima y vivifica.
Siendo esto así, esta sustancia o parte esencial de nosotros, el alma, la usamos con otro significado. De ahí que cuando algo nos hace sufrir en lo más profundo de nuestro ser decimos «se me parte el alma» o «me duele el alma» y, cuando nos sobreviene el gozo «se nos alegra el alma». Y probablemente a esto se refiere Javier Tirapu cuando dice que el alma está en el corazón, pues en este lenguaje simbólico alternamos alma y corazón como sinónimos.
La ciencia también ha identificado la relación entre el «dolor del alma» y el corazón: El Síndrome del corazón roto (Tako-Tsubo (2)). Está comprobado: recibir una mala noticia, como la inesperada muerte de un familiar, o sufrir un severo disgusto, puede debilitar de forma grave el corazón y hacernos sufrir lo que popularmente se denomina síndrome del corazón roto: un fallo cardiaco que tiene los mismos síntomas que el infarto de miocardio, pero sin sus graves consecuencias.
Nuestro corazón genera un campo electromagnético que alcanza varios metros, mucho más potente que el generado por el cerebro, y este campo se modifica según el estado emocional. Esto puede explicar que sincronicemos nuestro corazón -su campo electromagnético- con el de otra persona, como el caso de una madre y su bebé, apareciendo emociones que nos hagan crecer, o por el contrario los corazones próximos no estén en sincronía y nos generen emociones que no nos agraden, todo ello mucho antes de que nuestro cerebro procese información alguna. Podemos sentirnos en un estado de armonía o en un estado alterado simplemente por la información que nos envía el corazón.
Cuando el latido es coherente, estado que se puede alcanzar con la terapia adecuada, se pone de acuerdo el corazón con el cerebro apareciendo ondas cerebrales sincronizadas y estas se sincronizan a su vez con los órganos del cuerpo. Al estar en coherencia cardíaca los sistemas corporales están en sintonía: tenemos una posibilidad de una vida más plena. Si el corazón se armoniza con el cuerpo y con la mente podemos experimentar un sentimiento de unidad, un estado de coherencia que nos conecta con todo lo existente. Un único sonido, el del latido de nuestro corazón, que nos vincula con la vida y nos acerca a lo que realmente somos.
Esperamos que lo expuesto te invite a la reflexión. ¿Te apetece compartir? Anímate y deja un comentario.
(1) José Luís González de Rivera, Psiquiatra.
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