La vida humana es un continuo cambio en el que una y otra vez, de manera inevitable, nos vemos en la tesitura de elegir una opción entre varias existentes. Desde una visión limitada, generada por la interpretación del operador binario que actúa desde el hemisferio cerebral izquierdo, percibimos cualquier elección y su alternativa como dos manifestaciones separadas, cuando en verdad no puede existir una sin la otra. Es más, se trata de dos caras de una misma moneda, inseparables: ambas configuran una única realidad. Esto ocurre con todos aquello conceptos que hemos calificado como “opuestos”: virtud y pecado, bien y mal…
Cada vez que realizo una elección y por tanto descarto otra posibilidad tiendo a pensar que lo elegido es lo que tomará forma y lo descartado no existirá. Pero la vida no funciona así, sino que las opciones o realidades que elijo no vivir no desaparecen. ¿Qué ocurre con ellas?: ocurre que aquellas que no quiero desempeñar en mi vida se manifestarán igualmente, siendo la proyección en otras personas, que harán de pantalla para que observe aquello que es mío, su expresión más habitual. Así, nuestras decisiones, pensamientos, creencias y sentimientos íntimos son artífices de la realidad que vamos a vivir.
Si la realidad a la que doy vida es la de víctima, si pienso y siento que la vida me trata mal y que está en contra mía, con toda seguridad atraeré situaciones y personajes que se encargarán de ratificar mi sentimiento. De esta manera mis creencias o sentimientos generan la realidad. Atraemos aquello que nos es necesario para llevar a cabo nuestra representación en la vida.
Lo que sí hemos elegido vivir da carta de naturaleza, simultáneamente, a lo que no hemos aceptado. Se generan dos vías; podríamos decir que la Evolución sigue dos caminos simultáneos. ¿Podemos vivir nuestra realidad de otra manera? Por supuesto que sí: la manera de hacerlo y para la que estamos dotados consiste precisamente en comprender que ese dilema permanente entre el sí y el no, entre lo que elijo y lo que no quiero, no maneja dos realidades separadas, sino una única. No hay enfrentamiento, sino complementariedad. No hay separación, sino unidad. El “sí” y el “no” constituyen una única realidad inseparable: el “sí + no”. Para percibirlo disponemos de nuestro operador holístico, que trabaja desde el hemisferio cerebral derecho.
Caminemos por la senda de la integración, hagamos de pontífices de lo separado. Podremos percibir entonces el exquisito modo con que la Vida se maneja y, así, declararla perfecta y adecuada.