Desde tiempos remotos el ser humano ha intuido -y la intuición es una forma de conocimiento- que de su naturaleza forma parte algo más que lo material, algo más que el cuerpo físico manifestado, y a esta intuición se le dio la forma de mitos y dioses como medio de poder comunicarlo a los demás. Hoy podemos utilizar otros conceptos para explicar esa parte metafísica constituyente del ser humano: alma, conciencia, espíritu.
Hablamos, por tanto, de cualidades intangibles del ser humano: de esa parte de nuestro ser que no podemos percibir a través de los sentidos, pero de la que conocemos su existencia. Si eso que llamamos alma trasciende la materia física que conforma nuestro cuerpo, las cuestiones emergen solas: ¿Existe el alma independientemente del cuerpo? ¿Es el alma anterior al cuerpo físico? ¿El alma humana es única o individual?…
Habría que precisar más sobre el concepto de alma, pues cuando hablamos de que constituye una cualidad integrante de cada uno de nosotros estamos aceptando tácitamente que el alma es un atributo individual, que cada ser tiene «su alma». Así, entendemos el alma humana como una singularidad de la Conciencia cósmica, del Ain Sof de los cabalistas, del Espíritu Único, del Principio Consciente que todo lo maneja. El alma humana es «preexistente y consciente de su individualidad y, al mismo tiempo, consciente de su pertenencia a la Unidad; consciente de su destino» (José L. Cabouli, La vida antes de nacer).
La Unidad, Ain Sof, el Principio Consciente, es indefinible dada su infinitud: «Dios no es algo que se pueda definir, porque la propia definición lo limita», nos diría Félix Gracia. No obstante, para el tema que nos ocupa, lo explicaremos de la siguiente manera: el alma humana es una singularidad de la Conciencia Única, con su propia experiencia y propósito en la vida terrenal, y en ella se almacenan todas las experiencias que ha vivido, en cualquier tiempo y lugar. Todo ello, de manera paradójica, sin dejar de pertenecer a la Unidad.
Y aquí enlazamos con el título: «Encarnar: Tomar forma corporal» (D.R.A.E). Previamente a concebir un hijo se han producido una serie de procesos biológicos en el seno de la mujer, acontecimientos no provocados voluntariamente por ella, sino impulsados por una «inteligencia» que nos habita y de la que no somos conscientes: maduración del folículo que libera el óvulo a fecundar, capacitación del único espermatozoide que ha de llevar a cabo la fecundación, segregación de diferentes hormonas que facilitan la fecundación del óvulo por el espermatozoide, entre otros.
Resulta sobrecogedor plantearse «qué o quién» controla o dirige estos procesos. El mero hecho de pensar en cómo se genera la vida humana, nos impresiona por su grandeza. ¿Existe una conciencia que nos trasciende y que es la que controla la concepción y gestación humana?
Sí, existe un principio consciente previo a la manifestación física, y es esa conciencia -alma- la que se instala en la materia, dando lugar a lo que somos, al ser humano unión de materia y espíritu. Y, con ella, el alma trae todo su equipaje de experiencias vividas con anterioridad que, unidas a las experiencias fetales, marcarán la vida en curso.
El alma humana, en estado de Unidad, toma la decisión de encarnar en unas circunstancias terrenales determinadas, cargada con su mochila de experiencias pasadas, con un propósito establecido y una «lección» a aprender.