El niño que viene al mundo lo hace cargado de necesidades que han de ser satisfechas, pero también de un potencial ilimitado de renovación y creatividad.

El proceso de socialización del niño para adaptarse a las reglas de este mundo, en el que no se tienen en cuenta sus aspiraciones y se reprimen algunos de sus comportamientos y capacidades, genera parte de su Sombra. Además, influyen causas inherentes a cada persona: cada uno genera una Sombra única.

Todo lo reprimido va a parar a la Sombra y así, el Niño cargado de potencialidad deviene en Niño Interior, y el Niño Interior deviene en el adulto que oculta todo lo reprimido. Ese Niño Interior es un cuerpo de dolor registrado en la Sombra.

La Sombra está hecha de todas las cualidades que no acogemos como propias y que se quedan en el inconsciente, como lo no deseado o lo que no nos conviene, pero también de aquello tan valioso de lo que no me siento digno. Igualmente se sustenta la Sombra por la creencia en la perfección, la cual implica rechazo de determinados aspectos nuestros.

En palabras de Jung, el encuentro con la Sombra es la experiencia que mayor conmoción puede provocar en el ser humano, pues supone “sacar a la luz” lo ocultado desde nuestro origen y no solamente reconocerlo como nuestro, sino convertirlo en una vivencia. Pasar de la comprensión intelectual de su existencia a sentir su presencia en nuestra vida.

Encontrarnos con la Sombra requiere saltar desde la separación hacia la unidad. Partir desde la existencia de dos realidades diferenciadas: una, el “yo” que creo ser y sobre lo que me sustento y otra, la subpersonalidad que he ocultado inconscientemente, para llegar a la sensación de que solo existe una. No consiste en tratar de ser perfectos, sino en tratar de ser completos.