Ser mujer. Sentirse mujer. Reconocerse como mujer.

Nada tiene que ver lo anterior con lo que las tendencias «ideológicas» predominantes pretenden presentarnos como natural.

¿Nos cuestionamos si las ideas llamadas «feministas», con las que continuamente somos bombardeados, tienen algo que ver con la auténtica naturaleza femenina? ¿Nos planteamos si es posible que toda esta marea de «ideología de género» en la que tratan de sumergirnos, pudiera estar consiguiendo resultados opuestos a los que dicen pretender?

Vivimos en una era patriarcal, eso no es discutible. Tampoco es discutible que no siempre hemos funcionado así: nuestros ancestros vivieron una era matriarcal. ¿Y ahora, cuál es el cambio que se pretende con las «ideas dominantes», por cierto financiadas con enormes cantidades de dinero por la misma estructura gobernante que mantiene el modelo patriarcal?

La era matriarcal no tenía nada que ver con la predominancia de lo femenino, con que la mujer fuera la que «dirigía» las instituciones y la sociedad existente. Nada de eso. El matriarcado era una forma de vivir desde un sentimiento, desde unas creencias. El sentimiento dominante era el de unidad, el de no separación, el de pertenencia a una misma realidad cuyo origen estaba en algo maternal, en algo femenino. Y la mujer era la manifestación de esa fuente creadora de vida, un símbolo a través del cual se expresaba ese principio eternamente creador. Se intuía que el origen de todo, la fuente originaria y eterna de la existencia, era algo similar a un vientre materno del que todo emanaba y en el que, a su vez, todo permanecía incluido, sin separación. A ello lo llamaron «Akasha«. Hoy los físicos le llaman «vacío cuántico».

Desde esta concepción de la vida que no suponía nada que tuviera que ver con el poder terrenal, lo femenino, y la mujer como expresión de ello, era considerada como el núcleo de la vida, lo primordial; y el sentimiento de unidad y de pertenencia a la «Gran Madre» el que movía las relaciones.

«Varón: ser nacido de mujer«, define Félix Gracia. ¿No somos, pues, lo mismo en esencia?

Jung entendía que somos seres completos, que contenemos en nuestra psique lo masculino y lo femenino. El varón contiene en sí el «ánima» o aspecto femenino y la mujer contiene en su ser el «ánimus» o aspecto masculino, lo que ocurre es que manifestamos o representamos de forma predominante uno de los arquetipos. ¿Mi media naranja? ¡Eso no existe! ¡Soy una naranja completa, aunque manifieste de manera predominante una parte del todo! Lo que hemos llamado «mi media naranja» es algo que existe en mí y de lo que estoy hecho, algo a lo que no doy vida consciente y por tanto se manifestará en forma de otra persona que de vida a la parte masculina o femenina que contengo pero que no represento.

Si uno reclama igualdad es porque está instalado en la desigualdad, porque se considera desigual. De igual manera que uno solamente puede reclamar abundancia cuando en su sentimiento está instalado en la escasez.

La corriente dominante habla constantemente de corregir la desigualdad, eufemismo que esconde algo que hemos de llamar injusticia e ilegalidad, pues nuestro ordenamiento jurídico es suficientemente explícito al respecto. No tiene sentido tratar de poner a la mujer en el lugar que le corresponde a través de normas y leyes que, por tratar de «protegerla», ponen de manifiesto el sentimiento de inferioridad que subyace. Para que ello ocurra es necesario un cambio de conciencia. Un cambio de conciencia que pasa por conocer de qué está hecho el ser humano, por explicar esto en las escuelas y en todos los lugares, como algo primordial en lo que se fundamente la convivencia. Una convivencia basada en el sentimiento de ser «completo» y en reconocer al «otro» como igual a mí. La era del patriarcado ha de devenir en era de la «individuación», entendida como desarrollo del individuo completo, y en era de la integración de los arquetipos que viven en nosotros.

Se trata de, conociendo las diferencias biológicas y psicológicas que existen en nosotros, comprender que somos parte de una misma cosa, de la “unidad” que todo lo integra.

Comprender, asumir y respetar la esencia de lo que cada uno es, es una sólida base de partida para seguir evolucionando como colectivo. Cualquier rechazo lo que provoca es fomentar la causa que lo origina, resultando un efecto contrario al pretendido.

Cuando hagáis de los dos uno, lo que está dentro como lo que está fuera, lo que está arriba como lo que está abajo, y cuando hagáis el varón con la hembra una sola cosa, de tal modo que el varón no sea varón ni la hembra sea hembra… , entonces entraréis en el Reino” (Ev. apócrifo de Tomás)