Independientemente de si existieron en esta realidad física o no, los personajes del Antiguo Testamento simbolizan el devenir del alma humana: son arquetipos a los que el ser humano da vida.

Jacob es hermano mellizo del primogénito Esaú. Hijo de Isaac y nieto de Abraham. A pesar de ser el segundo en nacer, Yahvé le dice a su madre, Rebeca (Gn 25 23): «el mayor servirá al pequeño». Es el elegido de Yahvé, aunque Jacob no se perciba así y utilice todo su ingenio para conseguir sus pretensiones a cualquier precio. De alguna manera todos representamos el papel de Jacob, pues somos los elegidos, aunque no nos consideremos como tales. Y no sintiéndonos «elegidos», luchamos gran parte de nuestra vida por obtener posesiones y consideración, como le ocurrió a este personaje bíblico que está hablando de cada uno de nosotros, del tránsito del alma humana por esta vida.

Se aprovechó de su hermano Esaú comprándole su primogenitura por un plato de lentejas (Gn 25 29-34). Le suplantó y engañó a su padre, Isaac, obteniendo su bendición: «que te sirvan pueblos y te veneren naciones, sé el señor de tus hermanos y que te veneren los hijos de tu madre» (Gn 27 29). Durante gran parte de su vida, Jacob luchó por tener una posición y un papel relevante en su sociedad y, valiéndose de artimañas, medró y acumuló posesiones, despertando el recelo de sus próximos. Tuvo que huir de la casa de su padre y, luego, de la casa de su suegro.

En el Plan de la Vida está escrito que en algún momento hemos de ser conscientes de que los bienes y la posición social no nos proporcionan nuestro equilibrio interior, sintiendo un vacío que nada externo puede satisfacer. Y es aquí cuando nos vemos en la necesidad del encuentro con nosotros mismos, con lo que Jung denominó nuestra sombra: todo aquello que hemos desechado y también lo más valioso de nosotros mismos. Y esta es la experiencia de Jacob, simbolizada en su lucha contra el ángel durante su regreso a la casa de sus padres: un regreso a su origen, a su esencia.

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Siente la llamada de volver a la casa de sus padres, aunque teme encontrarse con su hermano Esaú. Emprende el camino de retorno y una noche en el desierto, antes del encuentro con su hermano, Jacob se quedó solo en el vado de Yaboc, experimentando un sueño que cambiaría su identidad. Luchó toda la noche con una aparición divina, tratando de reconciliarse y dejar aquello con lo que había cargado toda su vida: la pretensión y la mentira. En ese momento la aparición le dice: «En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres, y has vencido» (Gn 32 29). Tras este encuentro con Dios amanece convertido en un nuevo hombre, dispuesto a encontrarse con Esaú, quien lo recibió en paz.

Jacob realiza el viaje al que todos estamos predestinados: la Teshuvá, el retorno a nuestra esencia, el encuentro con la Presencia de Dios que habita en nosotros. Es la individuación, que no hemos de entender como separación de los demás, sino como hacernos indivisos. Dejamos de sentirnos separados para convertirnos en Israel, nombre que proviene de las palabras hebreas Yashar El, que significan «directo con Dios».

© Con Alma Terapeutas 2023

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