Desde la más remota antigüedad ha existido la intuición de que todo lo manifestado, lo visible y lo invisible, todo lo que percibimos a través de los sentidos y en especial el ser humano, tiene su origen en “algo” inmaterial al que las sucesivas culturas han dado nombres diversos. Ese “algo” es arquetípico, usando la terminología de Jung; nouménico en terminología de Kant. Podríamos entender que los conceptos de arquetipo y noúmeno  son sinónimos de una fuente eternamente creadora, una fuente ilimitada de energía situada más allá del tiempo y del espacio.

Akasha era para el antiguo pueblo Ario que poblaba Asia 7000 años a. C. el origen de todo lo visible y lo invisible. Nada existía fuera de Akasha: es el origen de todo y todo lo contiene. Para el hinduismo, del Brahman Supremo emana todo el Universo. El término emanación implica que lo manifestado es de la misma naturaleza que lo que lo origina. Algo similar podríamos decir del judaísmo y del cristianismo, en los que existe un Dios creador.

Para la ciencia actual, para la física cuántica más concretamente, la materia, lo manifestado procede de un estado original inmaterial al que llamamos Vacío Cuántico, una fuente ilimitada de energía, eternamente creadora, que contiene los elementos, la “voluntad” y el “criterio” necesarios para manifestarse. Y lo manifestado no modifica el Vacío Cuántico, sino que su naturaleza está incluida en la manifestación.

Desde nuestro sentimiento el ser humano es una manifestación de ese poder eternamente creador, del que surge por emanación, esto es, conservando la misma naturaleza que la fuente donde se origina. Y desde esta concepción íntegra de nuestra naturaleza enfocamos la terapia.