Ya conocemos que el contenido del inconsciente que hemos generado en nuestras etapas tempranas de la vida, al que en publicaciones anteriores hemos llamado “Niño Interior” y que forma parte de lo que Carl Gustav Jung denominó “Sombra”, pugna constantemente por manifestarse y lo hace a través de sueños, lapsus, fantasías, las proyecciones ya comentadas, y también a través del cuerpo.

Muchas de las nuestras enfermedades o disfunciones orgánicas, de los trastornos que manifiesta nuestro organismo, tienen un origen psíquico. Incluso en los casos en que la enfermedad parece que es provocada por situaciones ambientales evidentes, por un ambiente o por hábitos de vida agresivos para la salud, cabe preguntarse cuál es el motivo que nos ha llevado a vivir esas condiciones dañinas para nuestro cuerpo, siendo posible la existencia de una causa metafísica. Nada de lo que sucede es fruto del azar, pues existe un “orden implícito” en estado no manifiesto; dicho orden es la razón, la causa y el soporte de toda realidad manifestada -lo que David Bohm denominó “orden explícito”-.

Así pues, nuestro cuerpo manifiesta contenido del inconsciente que no ha sido hecho consciente por otras vías: esto es la somatización, es decir, transformar problemas psíquicos en síntomas orgánicos de manera involuntaria.

La terapia tal como la entendemos, permite aflorar el inconsciente e integrarlo en nuestra vida, permite traerlo al consciente. Ello hace que la somatización pierda su razón de ser, su papel de alarma orgánica que nos está indicando la existencia de un problema psíquico y, en consecuencia, los síntomas puedan desaparecer.