El origen de todo nuestro sufrimiento está en la llamada separación: la caída. Llegamos a este mundo y encarnamos en nuestra madre biológica con un condicionante común que es independiente de la época, la cultura y lugar en que se produzca: el olvido. Llegamos a lo que llamamos vida olvidando nuestro origen, sin recordar de dónde venimos. Nuestro origen no es la materia, más bien la materia es el vehículo que utiliza nuestra energía originaria para manifestarse en esta realidad. El haber olvidado esta realidad nos sume en un estado anímico al que llamamos separación o caída y que condiciona toda nuestra existencia material.

Separados de nuestra esencia, creyendo que somos solamente lo que materializamos, generamos un estado de autoengaño tal, que nos conduce a sentir un vacío existencial. Cada vez que intentamos llenar nuestro vacío interior con nuestra propia identificación material, lo que provocamos es que nuestra sensación de vacío se incremente.

Nuestra alma individual, que representa la esencia de nuestra naturaleza, es la manifestación del principio creador individualizado en cada uno de nosotros. Esta energía creadora que vive en cada ser humano es una particularidad del alma universal o única, de ese poder creador del que todo lo manifestado surge. Como tal particularidad, nuestra alma no está desconectada de su origen, de ese poder creador eterno o alma universal, sino que habita dentro de ella, pero nosotros vivimos desde la individualidad, desde el olvido, desde la separación. Esta separación y olvido es la que origina nuestro íntimo sentimiento de «caída», de habernos desprendido de nuestra naturaleza esencial y así sentirnos aislados, solos, sin posibilidad de conexión con aquello que somos, sin poder retornar a nuestra identidad.

Nada puede llenar ese vacío o separación excepto un cambio de percepción de lo que somos. Este cambio de percepción ha de ocurrir a todos los niveles: racional, emocional y material. Supone la reconexión con nuestra auténtica naturaleza, hacernos conscientes de que somos un fragmento divino, de que «toda la realidad material solo existe para ser trascendida al nivel de la energía, porque si la energía se materializó, la materia desea regresar de su exilio material a su origen energético» 1.

En el conocido como Tratado de los padres o Ética de los padres, se dice: «Haz Su voluntad como si fuera la tuya, para que Él haga tu voluntad como si fuera Su voluntad. Supedita tu voluntad a la de Él, para que Él supedite la voluntad de los demás a la tuya»2. Este es el retorno, la vuelta al origen, la teshuváh: poner a Dios en el centro de nuestra vida.

Para el rabino Hayim Halevy Donin, la palabra teshuváh significa sencillamente regresar si atendemos a su raíz, aunque a menudo se traduce como arrepentimiento. El arrepentimiento lleva implícito un sentimiento de culpa, de haber sido los causantes de la separación, pero no existe tal culpa, pues nuestro olvido forma parte del plan y actúa como impulsor para el regreso. No ha de existir arrepentimiento, por tanto, sino impulso para llenar nuestro vacío íntimo.

Foto de Carlos en UnsplashNuestro miedo radica en no comprender la chispa de divinidad que habita en nuestro interior, cuando en nuestro nivel más profundo existe la oportunidad de llenar ese vacío con la Luz de la que provenimos. Y ese es el destino de nuestra alma, revelar la Luz, aunque no en su totalidad, pues la Luz es infinita y este universo y nosotros mismos somos limitados. Hemos venido cada uno de nosotros a revelar una porción de esa Luz, la chispa de divinidad de la que somos portadores. Ahora bien, no basta con hacernos conscientes de que somos Luz y quedarnos ahí.

La Luz de la que somos portadores ha de ser revelada y eso supone que el tomar conciencia de ella no es el paso final, sino que se necesita algo más: cuando llegamos a tomar conciencia de que hemos recibido la Luz, hemos de compartirla con el mundo y no ensimismarnos en ella creyendo haber llegado a la meta. Lo recibido necesita ser entregado y en eso consiste revelar la Luz: darle vida, ponerla en práctica, bajarla a nuestro mundo material y compartirla con nuestro prójimo, con aquellos que tenemos cerca. Hacernos conscientes de nuestra naturaleza y vivir consecuentemente con ella: eso es la teshuváh.

  1. La Merkabá: El misterio del nombre de Dios. Sabán, M.
  2. Pirkei Avot, 2-4

©Con Alma Terapeutas 2023

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