Todos venimos al mundo con un ilimitado potencial, pero a la vez en un estado de ignorancia que en el hinduismo y en el budismo se llama avidya, consistente en el olvido de nuestra verdadera naturaleza.
Este olvido de nuestra verdadera esencia provoca un sentimiento de pérdida o vacío íntimo del que nos sentimos culpables y, como consecuencia de ello, no merecedores de todo lo bueno que la vida nos ofrece, lo cual hace que atraigamos situaciones aflictivas con las que hacer méritos. Por añadidura, esta culpabilidad y no merecimiento nos sumen en un estado de miedo a lo futuro. Estos tres factores inconscientes hacen que creemos una vida condicionada por ellos y que generemos una realidad no deseada.
Además de este estado inconsciente y condicionado, venimos al mundo cargados de necesidades, pues el ser humano es alguien indefenso en sus primeros estadios de vida. Necesidades de todo tipo -como protección, alimentos, cuidado, amor- que en muchas ocasiones no son satisfechas y, en el peor de los casos, pueden verse agravadas por la severidad del entorno familiar y social en que nos desarrollamos.
El niño, que precisa ver sus necesidades cubiertas, elabora una estrategia cuando no recibe lo que requiere y percibe en ello una amenaza o un peligro, en aras a garantizar su supervivencia y la aceptación del entorno. Esta estrategia, puesta en práctica repetidamente, se memoriza y se convierte en un patrón de comportamiento permanente que consiste en ocultar y bloquear nuestros sentimientos y nuestro natural potencial, para llegar a dar vida a un personaje que es el adulto que somos, adaptado al entorno y circunstancias que vivimos, pero alejado de lo que realmente traemos al nacer.
Cuando este conflicto entre nuestro potencial y el personaje que realmente acabamos representando no se resuelve -circunstancia que es la habitual, pues ninguno esta libre de ello en mayor o menor medida-, generamos una realidad psíquica a la que llamamos «niño interior», que toma forma en el inconsciente del adulto y que condiciona nuestra vida sin que seamos conscientes de ello. El «niño interior» es una realidad psíquica diferenciada del adulto y desconocida por este, lo cual hace que el sufrimiento del adulto no resuelva la aflicción que aquella nos genera.
El arquetipo del «niño interior» tiene su manifestación más visible en las proyecciones, con las que trasladamos el conflicto a nuestro entorno social, a nuestra pareja, a los hijos, pero también en uno mismo, pues cuando no las vemos reflejadas en el otro las somatizamos en nuestro cuerpo en forma de enfermedad.
La mayor parte de nuestro sufrimiento interno y de las dificultades de relación con nuestro entorno vienen provocadas por este «niño interior», haciendo de nuestra vida un camino dificultoso que se nos presenta como cargado de sacrificios y vanas esperanzas. En un determinado momento de la vida hemos sido conscientes de las dificultades, pero como mecanismo de supervivencia las hemos trasladado al inconsciente y hemos adquirido pautas de comportamiento para no vivir esa experiencia.
Esta realidad psíquica que vive en nosotros no puede ser atendida desde la mente consciente, pues está oculta a ella y requiere de la intervención terapéutica en el inconsciente para que sea reconocida, para permitir que se exprese liberando su aflicción y que se incorpore a la vida adulto de forma consciente.
©Con Alma Terapeutas 2023
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