Disponemos de una guía interior, de una brújula incorporada en nuestra naturaleza que, si somos lo suficientemente conscientes y valientes, nos señala inequívocamente el camino a tomar.
Para la Cábala -tradición mística del judaísmo- el Árbol de la Vida es interpretado, dentro del universo emocional y material, como un modelo de nuestra estructura psíquica. Nuestra psique evoluciona y se manifiesta moviéndose entre las diez dimensiones del Árbol -las sefirot-, tratando de buscar un equilibrio.
Extendámonos un poco más en esto del equilibrio, o desequilibrio, que podemos comprobar en nosotros mismos si prestamos un poco de atención.
Dicen algunos estudiosos que podemos manifestar una media de doce «subpersonalidades» diferentes en nuestro día a día. Es decir, nuestro YO manifestado, lo que ven los demás de nosotros, toma distintas formas. Según la situación que vivamos, la persona o personas con quienes interactuemos, y los condicionantes sociales que imperen en cada situación que experimentemos, aparece un «yo» distinto; realmente es todo el mismo «YO», pero percibido desde puntos de vista diferentes. Esto es obvio y podemos comprobarlo en cada uno de nosotros: no somos el mismo en nuestro trabajo, ante el jefe, en nuestra casa ante la familia, ni delante de una autoridad que nos requiere -juez o policía, por ejemplo-; no somos el mismo ante nuestro nieto que ante nuestro hijo, y así podríamos seguir poniendo ejemplos. Este de quien hablamos es nuestro “yo exterior”, el de la relación con los demás, el que se manifiesta en el ámbito de la «sefirá» o dimensión psíquica de «YESOD».
Por otro lado, existe un «yo interior» que se manifiesta en la «sefirá» o dimensión de «TIFERET», al que podemos conocer a través de la introspección y de la autoobservación.
Cuando el personaje que manifiesto en una determinada situación está en sintonía con mi «yo interior», es decir, la acción se alinea con la esencia de lo que soy, nos sentimos bien, en paz, en equilibrio. Por el contrario, cuando mis palabras, hechos u omisiones no están en consonancia con mi esencia, siento desasosiego, malestar, e incluso sensación orgánica de angustia; sensaciones que coloquialmente expresamos como «se me encoge el estómago» o «presión en el pecho» y que pueden ir acompañadas con aceleraciones del ritmo cardíaco y respiratorio.
Cuando nuestro yo interior, en Tiferet, es el que administra y dosifica las energías psíquicas que va a manifestar nuestro yo exterior, en Yesod, es cuando nos sentimos completos.
Por eso, para los cabalistas, la «TIFERET» es conocida como LA BELLEZA -interior, no corporal- y la palabra que la define es SHALOM -paz-, que proviene de SHALEM -completo-.
Y todo esto, ¿para qué? Para que profundicemos en nuestro autoconocimiento. Para darnos cuenta de nuestras emociones y de lo que nuestro cuerpo siente, que están hablándonos de la adecuación de los hechos a nuestra auténtica naturaleza. Para aprender a reconocer nuestra guía emocional, que nos muestra el camino para acercarnos al equilibrio, a la paz, a ser plenos o completos.
©Con Alma Terapeutas