Terminábamos nuestra anterior publicación diciendo que múltiples señales simultáneas nos indican que estamos en una encrucijada de caminos. Los fenómenos astrológicos recientes que comentábamos simbolizan cambios en nuestra vida social y también personal o íntima, como ya entendían nuestros antiguos. La realidad que vivimos, de la cual recibimos constantes y variadas noticias que también nos hablan de cambios, apunta igualmente a un nuevo paradigma. Y si atendemos al aforismo «como es arriba, es abajo; como es adentro, es afuera», lo que está ocurriendo en el mundo también sucede en nuestro interior…
No consideremos, pues, ajeno aquello que sucede en la vida cuando en apariencia no nos afecta directamente ya que está hablando de procesos internos, de procesos del alma humana, de asuntos nuestros.
Algo que de forma ilusoria pensamos es externo a nosotros nos está llamando, como si desde un futuro nos dieran indicaciones de que algo hay que hacer, que es el tiempo de actuar… y de elegir el futuro que quiero entre todos los posibles…
Este es el momento de actuar no porque sea hoy el momento en la línea del tiempo, sino porque así lo sentimos, porque cuando la noticia nos resuena como algo propio es que somos el destinatario de ella. Así que, si así lo sientes, elige tu futuro, sitúate en tu lugar en la vida y actúa en consecuencia.
Tarea compleja pudiera parecer esta que sugerimos: elegir el futuro que deseas. Y, ¿esto cómo se hace?
Puestos a imaginar, evoquemos el futuro que en nuestra tradición se llama Reino de los Cielos, que no hace referencia a una situación escatológica, no es ningún reino lejano en el tiempo o en el espacio ni un Paraíso perdido por causa de pecados.
Prestemos atención a cada situación, a cada relación, a cada momento de la vida y pongamos en ellos nuestra decisión, nuestra voluntad y nuestro cuidado amoroso por mostrar la conciencia más elevada, aquella faceta de nuestra naturaleza que da cumplimiento a la regla de oro: «Da al otro aquello que deseas para ti». En esto consiste dar al mundo la mejor versión de nosotros mismos, aquella que va a permitir la manifestación del mejor futuro posible; aquella que hará realidad lo anunciado en la parábola (2 Co) «… el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia» y la de la semilla que, puesta en el lugar adecuado, da ciento por uno (Mt 13).
El llamado Reino de los Cielos es un estado del alma, un estado de gozo y plenitud para el que estamos dotados, así que… ¡vamos a ello!
©Con Alma Terapeutas