Un asunto es la idea que tengo de mí mismo, mi yo interior, y otra cosa es cómo me muestro a los demás, el yo exteriorizado. La identidad alcanzada en nuestro interior ha de verse reflejada en nuestro yo exterior. Una identidad flexible, en constante oscilación, en crecimiento -el «yo estoy siendo», nunca una identidad fija -el «yo soy así»-, pues esta nos llevaría a un bloqueo doloroso en nuestra progresión personal.

anna samoylova WORDPRESSNuestra existencia tiene sentido en tanto en cuanto nos damos al otro, es decir, en la medida en que permitimos que nuestra esencia se manifieste hacia el exterior. De ahí la importancia de las relaciones con los demás, no solamente con las personas, sino con todo lo existente. En la relación con el otro es donde disponemos del campo de mayor crecimiento interior y, a su vez, este crecimiento ha de volver a bajar al campo de la realidad y manifestarse hacia el exterior.

En los extremos, podríamos afirmar que existen dos formas de relacionarnos: la primera es una total adaptación social, con completa resignación del yo -que puede considerarse cobardía-, y una segunda sería la adaptación de lo social a mi yo interior, mostrándome radicalmente como soy. Entre ambas, infinitos matices son posibles.

Estas dos posturas extremas ante las relaciones ya sean estas sentimentales, de familia, laborales, de grupos sociales, etc., nos indican desequilibrios en nuestro camino. Por un lado, si no expresamos aquella identidad transitoria que hemos construido, dejándonos arrastrar por los condicionantes externos, aparecerá el desequilibrio en forma de sumisión, humillación o invalidación, haciéndonos sufrir por ello. Por otro lado, si negamos cualquier aportación de la relación a mi identidad, diciendo no a todo e instalándonos en el rechazo, sin relaciones, ello nos traerá el dolor asociado a nuestra soberbia.

En la relación hemos de mostrar siempre algo de nuestro yo interior, algo que no sea lo perteneciente al grupo. Mostrar algo de nuestra identidad, de nuestra subjetividad y ligado al camino de nuestra alma es lo que nos dará fuerza en las relaciones. El asunto es cómo es recibido esto por la otra parte, pues puede no entender mis cambios y el precio a pagar por mi independencia sería salir de la relación.

La armonía en las relaciones no viene dada por un comportamiento fijo, estático, sino por una oscilación entre aportar de mí a los demás y aceptar recibir de ellos. Si cualquiera de las partes se sitúa en uno de los extremos, la relación nunca puede crecer, aunque alguna de las partes aprenda de ella.

El secreto en la relación está en cómo dar y recibir sin dependencias emocionales, sin que el otro me imponga sus condicionantes ni que tenga que absolverme de los míos.

Ante un conflicto las partes han de tratar de reconciliarse, pero la reconciliación no tiene que ver con el perdón del otro, sino que es mi propia actitud la que me reconcilia. Si necesito el perdón del otro para sentirme reconciliado, he caído en la dependencia, y el verdadero amor solo se puede comprender desde la independencia. Como decíamos en una publicación anterior (https://conalma.eu/el-otro-y-yo/): si te acercas a reconciliarte desde el corazón, desde la humildad de tu ser, al margen de los desequilibrios propios y ajenos, date por reconciliado aunque el otro no te acepte, pues no está en tu mano el camino de su alma.

 

© Con Alma Terapeutas 2024

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